jueves, 16 de febrero de 2012

“Muerte surrealista”

Nueve con trece minutos marcaba el reloj, era una noche cálida y monótona. Yo, sentado en una rústica silla, movía mis dedos con rapidez sobre las teclas de la computadora; una avalancha de imágenes surgían una y otra vez en mi mente, mientras se entrelazaban con relatos alucinantes. La opaca luz que alumbraba la lúgubre habitación, emitía desvariadas sombras con el humo del cigarrillo cercano a mí. Por unos momentos, suspiré y cerré mis ojos mientras lo tomaba y llevaba a mi boca. Opté por un pequeño descanso. Me levanté de la silla y dirigí mis pasos hacia el baño, cuando de pronto un dolor agudo sobre el pecho me mataba con un ardor espantoso, miré mis manos, las líneas que habitaban en ellas se transformaban en gusanos marchando al compás de una canción que desconocía de donde provenía. Comenzaban a extenderse en pautas cortas y largas por todo mi brazo izquierdo, hasta que llegaron a mi pecho, el cual ardía cada vez más. De pronto apareció un gusano con un pequeño termómetro. Lo insertó justo en mi corazón. Mis ojos no daban crédito a lo que observaba. Extensas gotas de sudor brotaban de todo mi cuerpo. Mi respiración se entrecortaba, al tiempo que daba grandes bocanadas de aire. El dolor se hizo muy inminente. Caí al suelo, mientras el termómetro llegaba a su máxima potencia y explotaba en miles de pedazos, los cuales se convertían en palomitas de maíz y los gusanos emigraban hacía el orificio de mi pecho. Respiré hondo y grité muy fuerte. Quemaba. Me impactaba lo que ocurría. Traté de levantarme, pero no lo lograba. Escuchaba risas y alaridos. Todo se agitaba con lentitud, al tiempo que lanzaba una mirada hacia el monitor. No había nada en él. La computadora estaba apagada. Después todo se torno negro. Mi corazón dejó de latir.